TRAMAS DE LUZ

La obra de Antonio Llanas revela que es la paradoja una de las claves formales y conceptuales que la presiden. La constante que emana de estos cuadros es la aproximación de elementos dispares (colores de distintas tonalidades, formas precisas de contornos difusos, composiciones geométricas de factura manual…) hasta convertirse en un todo indivisible.
El autor continúa con coherencia la línea que vimos en exposiciones anteriores y, fiel a si mismo, se adentra en la investigación de la rotundidad soportada sobre lo sutil y en la búsqueda de la esencialidad a través de elementos minimalistas. Sus cuadros se convierten en metáforas del ser y de la vida en tanto que manifiestan la relación, aparentemente contradictoria, entre lo corpóreo y lo anímico. Los formatos reflejan, como si de espejos se tratara, la multiplicidad del ser.
Sobre fondos de un sereno cromatismo, emergen categóricamente arquitecturas cuyas bases, de apariencia frágil por su transparencia o brillantez, conforman una imagen global, estable, que trasciende la evanescencia de sus constituyentes .Los elementos que soportan estas construcciones son rayas de barniz (superpuestas hasta formar series geométricas, vítreas, diáfanas) y polvo reflectante (que esparce su luminosidad en columnas aparentemente irresistentes); ambos, a pesar de connotar debilidad, flaqueza o desfallecimiento, se tornan en el conjunto estructura compacta, consistente. Es la luz, reflejada en ellos, la que redescubre unas formas que adquieren caracteres virtuales en tanto que proyectan una realidad que se desvanece, vibra, se ondula o se alabea según la perspectiva desde la que se contempla.
En otra línea de trabajo, encontramos como base conceptual la idea de raigambre medieval de la Emanación, que da título a una serie de obras. Esta idea, desarrollada en entramados dorados, apunta la posibilidad de vivir una manifestación espiritual en la contemplación y se materializa en una factura basada en las pautas binarias que genera la tecnología última. Este sincretismo conceptual y plástico, esta expresión de conceptos clásicos a través de formas abstractas, resultan nuevamente paradójicos.
Pero quizás lo que más puede llamarnos la atención como espectadores es el protagonismo que se nos confiere cuando nos paramos a mirar. La alternancia entre lo estático y lo dinámico que plantean los materiales que utiliza el autor hace que, lejos de querer establecer un contacto unilateral con quien las mira, las obras inviten al diálogo. La luz y sus reflejos obligan a la mirada a ponerse en movimiento para redefinir la realidad que suavemente se insinúa; la mirada, obedeciendo al deseo de descubrir, encuentra al desplazarse nuevas formas y comprueba que nuestras sensaciones son reinterpretables, que la percepción puede ser ambigua y que a veces la realidad no es lo que parece. Los cuadros adquieren una dimensión absolutamente contemporánea pues son elementos cargados de vida capaces de interpelar demandando respuesta.
Ahora podemos participar en esta conversación, responder a lo que nos preguntan y entablar con estas obras un diálogo que seguramente pueda resultar tan verosímil como excitante.
Luisa López Hita