Sueños de la razón


Sueños de la razón
Antonio Llanas expone su más reciente creación artística bajo el título “Sueños de la razón”; se trata de una muestra de gran seriedad, formalmente muy depurada y precisa, en la que contempla la realidad con una mirada bastante crítica, a veces incluso mordaz. El título, que rememora y homenajea a Goya en sus aguafuertes, sirve como temática de fondo de una serie de obras en las que el habitual reduccionismo formal de exposiciones anteriores, cede paso a formas de expresión más complejas. El propio autor afirma su necesidad de expresar su posición ante este tiempo de profunda crisis, económica y de ideas, en la que lo que impera es la inestabilidad, en la que todo equilibrio se tambalea… por esto al contemplar estas obras el espectador seguramente tenga la sensación de que las estructuras pueden modificarse y de que en cualquier momento todo puede cambiar.
Fiel a sus modos de representación, utiliza unos fondos serenos y planos por los que transitan los tonos marfiles, el bicromatismo grisáceo o la combinación de blanco y negro; sin embargo, sobre esta calma se erigen unos elementos formales que parecen encaminados a provocar inquietud. Se trata de composiciones en las que las acumulaciones de puntos y segmentos irregulares generan vibración, varían según la influencia que sobre ellas ejerce la luz, y por tanto, conceptualmente remiten a las ideas de oscilación, desequilibrio, inseguridad o inquietud.
Dos obras de las expuestas comparten título con la exposición. Una es una serie de nueve piezas de variado y vibrante colorido en las que el autor establece un libre juego estético basado en la configuración del código genético. En ellas banaliza el tema, lo convierte en algo trivial al contemplarlo con una mirada sarcástica e irónica: manipula el colorido a su antojo, concilia con agudeza tonalidades imposibles, combina fondos de forma arbitraria…
También es un “sueño de la razón” la instalación en la que tres jaulas pretenden aprehender lo inaprensible. Una de ellas contiene arena, intenta poner límites al tiempo; otra unos látigos, símbolo del dolor y de la aflicción; la última encierra capullos de gusanos de seda vacíos, muestra residual de una metamorfosis, y trata de aprisionar sin éxito toda posibilidad de cambio.
Paradójica y mordaz resulta la pieza “Ritmo de caída” que viene a ser la imagen estética de gráficos procedentes del mundo mercantil que representan los vaivenes y la inestabilidad del momento. Esta es una obra de irónica elegancia basada en la alternancia de ritmos y juegos cromáticos.
Parecida incertidumbre, es la que destila la serie titulada “Degradación”, cuyo subtítulo “el pedestal de las estatuas” anuncia una quietud que, paradójicamente, está siendo desafiada. En estas piezas, como en Ofelia II, unas formas poligonales, fácilmente mudables ante la luz por estar trazadas con materiales muy brillantes, parecen estar a punto de disolverse en una fina línea acuática que amenaza la estabilidad del conjunto.
Lo transitorio, que vino siendo tema recurrente en exposiciones anteriores, se combina en el políptico “Un instante antes del desastre” con la línea conceptual que venimos comentando en otras obras. Aquí frágiles y dinámicas estructuras, enseñan abiertamente su asimetría descompensada; realizadas con recursos plásticos que a primera vista parecen propios del universo infantil, estas piezas crean en su conjunto una sensación de colapso que a veces se dulcifica en la alternancia cromática de los fondos y en el suave y cálido colorido de los trazos.
En definitiva estamos ante un conjunto de piezas que comparten una visible homogeneidad conceptual; todas de manera más o menos ácida, concisa o velada, llaman la atención por referirse a lo que es estable o puede parecerlo. En algunas junto a la contundencia con que se adivina el desastre se percibe una frágil línea que conduce a la esperanza. En fin, de ellas brota la idea de que lo mudable, el cambio, es en lo que debemos confiar porque es lo único que puede afirmase con verdadera certeza.
Luisa López Hita

ELEGÍA , acero ,aceite coloreado y mariposas, 200 x 200 x 5 cms.


Políptico de la desesperación , cinco piezas de 60 x 160 cms.


VERTICALES ,mixta/tela , 120 x 120 cms.


Lunar I , mixta/tela , 250 x 80 cms. 2005


Lunar II , mixta/tela , 240 x 60 cms. 2005


TRAMAS DE LUZ

La obra de Antonio Llanas revela que es la paradoja una de las claves formales y conceptuales que la presiden. La constante que emana de estos cuadros es la aproximación de elementos dispares (colores de distintas tonalidades, formas precisas de contornos difusos, composiciones geométricas de factura manual…) hasta convertirse en un todo indivisible.
El autor continúa con coherencia la línea que vimos en exposiciones anteriores y, fiel a si mismo, se adentra en la investigación de la rotundidad soportada sobre lo sutil y en la búsqueda de la esencialidad a través de elementos minimalistas. Sus cuadros se convierten en metáforas del ser y de la vida en tanto que manifiestan la relación, aparentemente contradictoria, entre lo corpóreo y lo anímico. Los formatos reflejan, como si de espejos se tratara, la multiplicidad del ser.
Sobre fondos de un sereno cromatismo, emergen categóricamente arquitecturas cuyas bases, de apariencia frágil por su transparencia o brillantez, conforman una imagen global, estable, que trasciende la evanescencia de sus constituyentes .Los elementos que soportan estas construcciones son rayas de barniz (superpuestas hasta formar series geométricas, vítreas, diáfanas) y polvo reflectante (que esparce su luminosidad en columnas aparentemente irresistentes); ambos, a pesar de connotar debilidad, flaqueza o desfallecimiento, se tornan en el conjunto estructura compacta, consistente. Es la luz, reflejada en ellos, la que redescubre unas formas que adquieren caracteres virtuales en tanto que proyectan una realidad que se desvanece, vibra, se ondula o se alabea según la perspectiva desde la que se contempla.
En otra línea de trabajo, encontramos como base conceptual la idea de raigambre medieval de la Emanación, que da título a una serie de obras. Esta idea, desarrollada en entramados dorados, apunta la posibilidad de vivir una manifestación espiritual en la contemplación y se materializa en una factura basada en las pautas binarias que genera la tecnología última. Este sincretismo conceptual y plástico, esta expresión de conceptos clásicos a través de formas abstractas, resultan nuevamente paradójicos.
Pero quizás lo que más puede llamarnos la atención como espectadores es el protagonismo que se nos confiere cuando nos paramos a mirar. La alternancia entre lo estático y lo dinámico que plantean los materiales que utiliza el autor hace que, lejos de querer establecer un contacto unilateral con quien las mira, las obras inviten al diálogo. La luz y sus reflejos obligan a la mirada a ponerse en movimiento para redefinir la realidad que suavemente se insinúa; la mirada, obedeciendo al deseo de descubrir, encuentra al desplazarse nuevas formas y comprueba que nuestras sensaciones son reinterpretables, que la percepción puede ser ambigua y que a veces la realidad no es lo que parece. Los cuadros adquieren una dimensión absolutamente contemporánea pues son elementos cargados de vida capaces de interpelar demandando respuesta.
Ahora podemos participar en esta conversación, responder a lo que nos preguntan y entablar con estas obras un diálogo que seguramente pueda resultar tan verosímil como excitante.
Luisa López Hita